Esta historia y sus personajes NO son ficticios. Cualquier parecido con la realidad NO es ninguna coincidencia; así que con cuidado que ya sé quién eres y a qué te dedicas y en cualquier momento se entera tu vieja.
Así empezó una relación en la que según yo, no tenía nada qué perder. En muchas ocasiones, salí con güeyes (sí, güe-yes) con los que sólo buscaba pasar un rato agradable. Y claro, ellos buscaban exactamente lo mismo por lo que nunca había salido lastimada (ellos, sólo a veces). El pedo es que en esta ocasión el tipo me gustaba mucho, se dio cuenta y de ahí empezó a tomarme la medida.
Su manera de arreglarse era impecable. El cabello no se le movía, siempre andaba bien rasurado, con corbatita y camisa y siempre oliendo delicioso. Me trataba como a una princesa, me llevaba a comer no a los más elegantes restaurantes pero sí a donde todo lo que me servían era riquísimo. Me hacía regalitos grandes y pequeñitos, me llegaba de la nada con un ramo de flores y era muy, muy espléndido.
Las tareas domésticas era algo por lo que yo dejé de preocuparme porque él se encargaba de que alguien limpiara mi depa, lavara mi ropa y llenara mi despensa. Yo no tenía que preocuparme por nada. Él siempre estaba al pendiente de mí. Me llamaba por lo menos cada hora y si por alguna razón no podía hacerlo, yo recibía al menos un mensaje de texto para que supiera que él estaba pensando en mí.
Qué más podía pedir?
Los fines de semana eran otra cosa. Generalmente, nos veíamos el sábado un ratito nomás ya que el domingo pues "era familiar". Así que esos domingos yo aprovechaba para salir con mis amigas o de plano echar la hueva frente al televisor todo el día.
Sin notarlo, él se fue haciendo parte de cada una de mis actividades. Me levantaba con una de sus llamadas, comíamos juntos siempre e incluso hasta me llevaba al AVPM.
Llegó el momento en que yo ya no trabajaba cómoda. Uy, Segundo error! Ya no me daban ganas de ir al AVPM y cuando iba estaba todo el tiempo al pendiente del celular. Ya no podía bailar como antes de conocerlo, ni comportarme como si nada ante mis clientes. Mis ingresos empezaron a bajar considerablemente y obvio, fue él el que se ofreció rescatarme.
Así que ahora también pagaba mis cuentas. En estos momentos yo dependía de él en todos los sentidos pero estaba contenta como foca: con el agua hasta el cuello y todavía aplaudiendo.
Pasaron no sé ya cuántos meses en los que yo vivía en una jaula de oro sin darme cuenta. Era "feliz" aunque no tenía libertad ni la extrañaba. Mis amigas dejaron de frecuentarme, mis amigos dejaron de llamarme y yo no quería ni tenía a qué salir, ya que tenía todo lo que me hiciera falta en casa. Claro, excepto a él pero era un precio que se me hacía poco a cambio de la "estabilidad" que yo con tanta ansia estaba buscando.
Continuará...
Así empezó una relación en la que según yo, no tenía nada qué perder. En muchas ocasiones, salí con güeyes (sí, güe-yes) con los que sólo buscaba pasar un rato agradable. Y claro, ellos buscaban exactamente lo mismo por lo que nunca había salido lastimada (ellos, sólo a veces). El pedo es que en esta ocasión el tipo me gustaba mucho, se dio cuenta y de ahí empezó a tomarme la medida.
Su manera de arreglarse era impecable. El cabello no se le movía, siempre andaba bien rasurado, con corbatita y camisa y siempre oliendo delicioso. Me trataba como a una princesa, me llevaba a comer no a los más elegantes restaurantes pero sí a donde todo lo que me servían era riquísimo. Me hacía regalitos grandes y pequeñitos, me llegaba de la nada con un ramo de flores y era muy, muy espléndido.
Las tareas domésticas era algo por lo que yo dejé de preocuparme porque él se encargaba de que alguien limpiara mi depa, lavara mi ropa y llenara mi despensa. Yo no tenía que preocuparme por nada. Él siempre estaba al pendiente de mí. Me llamaba por lo menos cada hora y si por alguna razón no podía hacerlo, yo recibía al menos un mensaje de texto para que supiera que él estaba pensando en mí.
Qué más podía pedir?
Los fines de semana eran otra cosa. Generalmente, nos veíamos el sábado un ratito nomás ya que el domingo pues "era familiar". Así que esos domingos yo aprovechaba para salir con mis amigas o de plano echar la hueva frente al televisor todo el día.
Sin notarlo, él se fue haciendo parte de cada una de mis actividades. Me levantaba con una de sus llamadas, comíamos juntos siempre e incluso hasta me llevaba al AVPM.
Llegó el momento en que yo ya no trabajaba cómoda. Uy, Segundo error! Ya no me daban ganas de ir al AVPM y cuando iba estaba todo el tiempo al pendiente del celular. Ya no podía bailar como antes de conocerlo, ni comportarme como si nada ante mis clientes. Mis ingresos empezaron a bajar considerablemente y obvio, fue él el que se ofreció rescatarme.
Así que ahora también pagaba mis cuentas. En estos momentos yo dependía de él en todos los sentidos pero estaba contenta como foca: con el agua hasta el cuello y todavía aplaudiendo.
Pasaron no sé ya cuántos meses en los que yo vivía en una jaula de oro sin darme cuenta. Era "feliz" aunque no tenía libertad ni la extrañaba. Mis amigas dejaron de frecuentarme, mis amigos dejaron de llamarme y yo no quería ni tenía a qué salir, ya que tenía todo lo que me hiciera falta en casa. Claro, excepto a él pero era un precio que se me hacía poco a cambio de la "estabilidad" que yo con tanta ansia estaba buscando.
Continuará...